jueves, 4 de julio de 2013

Estímulos

Lindas con una zona deprimida, un lugar donde los sueños son la picardía soez y maleducada. Más bien pillería. Los negocios cutres, los bares donde descansa la prostitución, quizá aprovechando para convertirse en escaparate. Pocos sueños de nobleza. Pero allí, en lo más recóndito de la falta de esperanza, descansa un edificio que estremece con las imágenes de un Hamlet hablando en su inglés original. Quien quiera disfrutar de perlas de antaño tendrá que mezclarse un poco con este lado de la realidad social. Quizá tenga alguna arcada o miedo mientras espera para entrar en su sesión, pero una vez dentro gozará de lo que sus vecinos quizá desconozcan: la magia de la cultura.

Esta vez fue Hamlet. La longitud de la proyección en blanco y negro hacía pensar que se podía convertir en un visionado muy pesado. Sin embargo la trama arranca, las imágenes son bellas, la música entra en su justo momento, la cámara está bien situada y los decorados, a medio camino entre lo teatral y lo cinematográfico, juegan bien con los personajes que se esconden y aparecen. La película, de Laurence Olivier, conmueve y estremece. Es un encuentro con la humanidad que no obliga a hermanarse con la sordidez que encontrarás al salir del edificio. De hecho, en la sala hay más de un pedante. Sin embargo, de una manera o de otra, la película ha puesto su semilla en el público; pero tardarán en las calles colindantes en tener la posibilidad de inquietarse por un acontecimiento así. Quizá su espectáculo sea simplemente ver a la fauna que entra y sale del edificio mientras ellos permanecen en la inopia. Hace falta cultura que despierte la inquietud, y para ello hacen falta estímulos y posibilidades. Pero parece que le importa tan poco a un paquistaní de los que frecuentan la zona como a quienes podrían darles estímulos y posibilidades. Más de dos horas y media. La película me pareció maravillosa.

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