domingo, 25 de octubre de 2015

Luz


La luz me impide verte con claridad al atardecer. Cuando, sentado en una cafetería, recibiendo el aroma del domingo que empieza a despedirse a través de mi cortado, te acaricio la pelambrera. Escucho tu respirar, intuyo el húmedo y caluroso vaho que exhala tu calor animal. Te acaricio de nuevo y emites un pequeño gemido de agrado. Luego, disfruto escuchando otras voces de otras latitudes en este centro nuestro cosmopolita. Vagamente, veo llegar la luz artificial del anochecer. Ha refrescado, mi cuerpo se enfrenta al peso del retorno con el poso de una dominguera tarde a la que, en mi gozo, envío palabras de gratitud en forma de despedida. Cojo la correa, y me dejo guiar por ti, lazarillo, de vuelta a casa. Farolas vagas, figuras animadas apenas distinguidas, se me va la vista y tu compañía es ya una amistad fiel y un vínculo necesario.

viernes, 9 de octubre de 2015

Don Juan Caído


Amanecía temprano en el reino del Don Juan caído. Desposeído del misterioso don de la seducción, la decadencia de la edad llegaba sin compañía. Caprichosa fue la conquista del vergel en los años de esplendor, cuando lucía cabello rubio, un cuerpo esbelto y la voz grave emanaba de sus labios carnosos. Ahora, tan solo le quedaba soledad y la nostalgia de quien no se quiere reconocer errado: ¿Qué fue de las deliciosas oportunidades que le ofreció el amor de enlazarse con virtuosas damas? Se cruzó, comenzaba a tomar conciencia de ello aquella mañana invernal, con mujeres hermosas que llegaban a la excepción por el detalle de una sonrisa celestial, turgencias oportunas a un día de furor… pero el corazón de Don Juan permanecía hermético en su deseo de alzarse con más trofeos. Hubo ocasión, la conciencia de Juan Caído empezaba a realizarlo nítidamente… sus ojos de repente despiertos lanzando una mirada al horizonte… en que las formas bellas se unieron de tal modo a un fondo virtuoso que sintió su habitual temperamento tambalearse. En la soledad de sus postreros años, recordaba que los versos de la seducción utilizados como puñales hubieron, un buen día, atravesado el único corazón que le reservaba la vida.


Mientras caía una lágrima de desdicha desde sus ojos antaño profundos y brillantes, cogió el cercano puñal y, asiéndolo con ambas manos, lo hundió en el fondo de su corazón, callando a través del acero una vida loada por muchos acólitos como diestra y únicamente la postrera leyenda conoció que sólo supo amar a través de un último suspiro.