domingo, 24 de abril de 2016

Mi sueño


Aparco el coche, como de costumbre, cuando la madrugada todavía no piensa en el advenimiento del alba y camino con paso firme, determinación tras el cansancio, hacia el punto de encuentro con Raquel. El camino… ¡ah!... ha sido largo. Llegado, la espera se me hace ociosa, quizá por la tranquilidad que da el peso de la experiencia. Aquello que se llama oficio adquirido.

Veo despuntar, en la noche profunda, el alba de sus cabellos rubios, y, tras una sonrisa pícara, apago el cigarro y me pongo en marcha. Nos saludamos, y le indico el camino hacia mi coche. Una vez dentro, intercambiamos los paquetes. Ella analiza la joya que yo engarzaría en su cuerpo y yo cuento el dinero. Nos damos el visto bueno y salimos del coche. La acompaño un pequeño trecho, hasta que, llegados a la esquina, me guiña el ojo y se pierde al doblarla.

Determinación tras el cansancio, camino con paso firme dejando atrás el coche, sabiendo que ha perdido ya toda utilidad. Me pierdo entre callejas con el mapa bien desplegado en la mente, camino de mi taquilla. Neones susurrándome la noche, accedo al lugar. La veo a lo lejos, y procedo a pasar al servicio para cambiarme la ropa. Camuflaje urbanita. Luego, abro la taquilla, dejo el dinero discreto y me despido de él una temporada. Le perderán la pista: descansa.


Tras llegar a un hostal, corro las cortinas de la habitación cuando la llegada del alba coincide con la invitación del terrenal mundo al sueño. Duermo largo y tendido. Ella con la joya engarzada, entro en su cuerpo y, luego, cuenta el dinero: las mujeres se lo llevan todo… ¿hasta tu sueño? Después de un largo y reparador descanso, despierto. Abro las cortinas y me encuentro, por fin, con la plena luz del día. No, no se ha llevado mi sueño: ha sido un trabajo bien hecho.

sábado, 9 de abril de 2016

El rock y el veneno


A ritmo de rock puro, todo es veneno, o al menos tus labios lo parecen. Eso le advierte la canción mientras camina por la calle. El ritmo deviene acelerado, quizá porque la intuición le ha dicho que, a veces, el azar confluye con el destino y la señal es una premonición: tus labios son veneno. Ha mantenido un tiempo de distancia: quería que amainase la tormenta, se enfriase el peligro de un desliz hacia la pasión. Una intensa historia juntos, había cabos sueltos que se debían atar tarde o temprano. Así que la música rockera ahora ha adquirido un toque de música tradicional india norteamericana, y se prepara para la danza de la guerra. Sí, ha entrado en calor.


Entra en el restaurante, ella está elegante, aunque algo peripuesta. Al menos, se ha levantado de la mesa para saludarle: un cruce de miradas y palabras calculadas. Durante la cena, los tenedores acercan el sabor del pato y los cuchillos se unen al ambiente de guerra latente, que va emergiendo hasta que ella empieza el ataque. Una herida de importancia cerca del corazón, en la arteria de los sentimientos, pero nuestro hombre conserva las energías para seguir en la lucha. Escucha en su interior el redoble de tambores, tambores de guerra. Sí, el asalto a la fortaleza de la lengua viperina. Se acerca, pues, a terreno ajeno para luchar: guerra dialéctica. La asepsia emocional ha sido vencida. Llora ella, se derrumba. Él tiene la cortesía del triunfador, pero no el error de la misericordia. Sale, liberado, del restaurante, se venda la herida que empieza a doler en la arteria de los sentimientos, jugando a imaginar, con el sonido callejero del tráfico y las voces transeúntes, vital música genuina. Un rockero vencedor.